lunes, 2 de septiembre de 2013

Vittorio Rezzin, todo un personaje


En el Club Italo-Venezolano


Seres que pasan por nuestras vidas y dejan huellas: Vittorio Rezzin. Por su carácter extrovertido, franqueza y humanidad. Imposible que pueda pasar desapercibido. Una frase que le viene a la medida:


Aquí estoy yo


            Por ciertas circunstancias, yo debía cambiar de oficina a otra empresa del grupo donde trabajo. Mis compañeros comenzaron a decir que, para mí, ya las cosas no serían iguales. Opinaban que no era fácil el trato con el nuevo personal. Cosas que se suponen, cifradas en las apariencias. Les dije que no me preocupaba porque, por lo general, me llevaba bien con la gente. “Sí, pero lo que no sabes es que allá trabaja un Gerente que es antipatiquísimo”. Yo, que ya lo había visto por las oficinas unas cuántas veces, pensé que tal vez no se equivocaban. Aquel ingeniero, vestido de flux y corbata, de porte altivo y caminar principesco, intimidaba, pero no era algo que me quitara el sueño. Siempre he pensado que debemos acercarnos un poco a las personas para poder adquirir una opinión justa.
            Me mudé. Y la verdad es que me sentí cómoda desde el primer momento. Me presentaron al “antipático”. En contra de los pronósticos, el “antipático” me dio una grata bienvenida. Supe que haríamos buenas migas. A los pocos días, ya almorzábamos juntos. Así comencé a conocer a Vittorio, el del afán de la buena mesa, el de gusto exquisito, el de la chispa encendida, el buen padre y esposo, el amigo que se le quiere y que ahora se despide de la empresa.  

Con sus compañeros de trabajo

            ¿Qué cosas podían unir al blanco peninsular venezolano rififí y a la india centroamericana venezolana marginal, como nos definíamos en broma? Algunas cosas, las imprescindibles para armar una buena camaradería.
Ambos tratábamos de cuidarnos la figura:
-Estamos engordando.
-Ay, sí. Vamos a hacer dieta.
Entonces, nos aparecíamos con el almuerzo dietético preparado en casa. Si no, salíamos a la calle a comer ensaladas, acompañadas de refrescos Light. Al final de aquel almuerzo balanceado, no faltaba la pregunta:
-¿Nos comemos un dulcito?
La marquesa de chocolate, el pie de limón o el tocinillo del cielo demolían toda la buena intención de alimentarnos bien. A media tarde, sin remordimientos o vergüenza, nos invitábamos al kiosco para comprar algún chocolatito que nos quitara esas “tengo ganas de comerme un dulce”, como si el del almuerzo no hubiera sido suficiente. 


Pronto formábamos un buen equipo, integrado por el mismo gusto en la comida y en los dulces: Los tres mosqueteros y D´Artagnan. Merly, Lucía, Vittorio y yo aprovechábamos los cumpleaños, o las veces que queríamos, para comer comida japonesa, árabe, italiana o nacional, siempre aderezada con el acostumbrado postrecito. Para bajar la panza por los desafueros culinarios, Vittorio agotaba las calorías en largas horas de natación y en complicadas contorsiones yoga. 

Vittorio Feliz

Aunque unos años menor, nos unían los recuerdos de la época de los setenta. Habíamos visto las mismas películas y leído los mismos libros, lo que nos daba herramientas para conversaciones largas e interesantes. Hablábamos de política, de ciencia, de religión, de la vida, sin importar las discrepancias que pudieran surgir en las conversaciones. Andar con Vittorio era, en definitiva, pasar un momento distinto, ocurrente y alegre, por su manera llana y divertida de decir las cosas. ¿Cómo podemos olvidar sus compañeros la cena en El Picacho, en El Ávila, o en aquel restaurante a la orilla del mar, o su singular saludo al llegar a la oficina y que acababa con la somnolencia matutina?


En El Picacho, Waraira Repano

Es imposible hacer a un lado sus recomendaciones literarias, ni las tramas novelescas, ni los títulos para mis próximos escritos, que pienso seguir recibiendo en el futuro. Los compañeros de trabajo pasan cuando se van. La misma dinámica de la vida los induce a ello. Pero cuando esa relación traspasa la frontera laboral y cae en los linderos de la amistad, vale la pena hacer el esfuerzo para no dejarla perder.
Así que:
Se va D´Artagnan. Aquí quedan Athos, Porthos Y Aramís. Espero que no lo olvide.  

            Termino con este cuento, inspirado en él: 

VITTORIO LIGHT
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            Ahora, de vez en cuando, la heladera de la casa se encuentra vacía. Eso es algo extraño porque al italiano le encanta disponer en casa de todo cuánto necesite para inventar y reinventar los banquetes deliciosos que ofrece en su restaurante “Vittorio Light”. Existe un motivo para ello.
            En medio del buen gusto, mesoneros impecables e inefables aromas, los clientes que sueñan con una figura de pasarela sin hacer ejercicios físicos, salivan frente a los platillos que relumbran bajo cremas y siropes. El maître los tranquiliza asegurándoles que están elaborados con ingredientes de bajas calorías. No obstante, son tan deliciosos, que los inducen a pedir otra ración. Por supuesto, comiendo el doble, por menos calorías que tenga, nadie adelgaza, al contrario. Si no, observemos a Don Andrés y a su panza feliz. Tiene un tiempo yendo allá. Por consejos del médico, debe bajar de peso. Solitario, sin artes culinarias, o por mera comodidad, prefiere alimentarse en el mejor sitio de comida sana de los alrededores. Pero los índices de triglicéridos continúan su camino vía Plutón. Todavía no averigua por qué, pues confía en Vitto, el cocinero Light más famoso de la ciudad.
            Además de una clientela distinguida, Vitto cuenta con otra, nada sofisticada ni selectiva y que come bajo la luz de la luna. Es la que viene de los rincones, de las callejuelas y de los tejados, y que disfruta con los manjares de desperdicios en la parte trasera del restaurante que da a la zona de descarga mal iluminada. Siempre está concurrida. Los comensales ya conocen la hora y se acercan de a poco. Esperan impacientes, saben que pronto se abrirá la puerta. Los ayudantes de cocina siguen las instrucciones del jefe y depositan las sobras a merced de los asistentes hambrientos que ronronean y ladran de gusto, como grandes amigos. A veces Vitto los observa y sonríe satisfecho. Mientras esta clientela lo mira confiada y devora a poca luz, al lado del cocinero siempre está el gracioso orejón de patas cortas.
            ¿Cómo y cuándo llegó allí? Unos meses antes, Vitto ya regresaba a la cocina cuando percibió una sombra que se deslizaba hacia los potes de la basura. Podía ser un nuevo convidado canino. Demostrando su debilidad por los animales, hizo uso de la linterna del bolsillo para cerciorarse. Era así. Un perro, un basset hound, flaco y temeroso, le veía con una mirada de abandono. Vitto se acercó y le acarició la cabeza. El perro supo que  tropezaba con un buen individuo. Agradecido, meneó la cola. A los pocos días, se transformaba en el invitado preferido. Luego, repuesto y bien bañado, gozó del privilegio de deambular entre las mesas del restaurante.
            Como de costumbre, allí estaba Don Andrés.
            -Estas coquillas de mariscos están deliciosas-dijo-, ¡pero, son tan poquitas! Sírvame otras.
            El hombre olvidaba la precaución y los consejos del médico frente a su apetito voraz. Gracias a Dios, existían las recetas dietéticas. No consideraba que, aun así, debía comer con moderación. Además de la doble ración de coquillas, degustó pato a la naranja, ensalada césar y un rico pastel de chocolate, todo con la garantía de que eran preparados con ingredientes Light.
            -¡Tengo siglos que no tomo!-se dijo-Una copita no me hará daño.
            Entre copita y copita, vació la botella.
            -Uf, el vino me dio calor, necesito aire fresco.
            Se levantó con la idea de salir a la calle. El hermoso orejón, como hacía con todos los clientes, lo acompañó a la puerta. “Lindo chico”, le dijo Don Andrés, buscando donde sentarse y disfrutar de la brisa nocturna. No pudo. En segundos, panza feliz caía al suelo. La intuición le ordenó al perro ir por su amo. Entre fuertes ladridos, fue a la cocina. Ignoró los trozos de carne y otras delicias que le lanzaban. No paró la bullaranga, hasta que Vitto supo que debía ir tras él.
            Por la soledad de la calle ascendió el aullido de la sirena. En un momento, la ambulancia cargaba con un Don Andrés púrpura y un Vittorio preocupado. Los empleados se encargaron de devolver la tranquilidad dentro del local. Quién sabe si, por sentimientos de culpa, soledad, gentileza o por variar la rutina, el noble propietario del restaurant decidió llevar a casa a Don Andrés y a su salvador. El tiempo se le escurre ahora entre atender al enfermo y al orejón. Sin embargo, no le importa, ahora respira una singular fragancia a hogar. A veces no tiene tiempo para ir al mercado y se queda sin carnes magras y hortalizas frescas. Por eso debe esperar al empleado del restaurante con las provisiones. Siempre llega a tiempo para llenar nuevamente la heladera. Más adelante lo hará él mismo y volverá a su pasión: la preparación de novedosos y exquisitos platillos Light. Por los momentos, lo importante es devolver la salud a Don Andrés.
        Hace frío. Vitto enciende la chimenea. Quien lo desee, puede ver, a través de la ventana, a dos buenos amigos que conversan frente al fuego, con una mascota echada sobre la alfombra.   
Olga Cortez Barbera

1 comentario:

  1. Vittorio, aunque fue poco el tiempo que compartí con él, puedo dar fe de que esta descripción es totalmente acertada. Una excelente persona que es difícil de olvidar y que hace sentirte a gusto en su presencia.
    Uy, los dulcitos! Difícil decir que no cuando pones en perspectiva que "con la dieta seguimos mañana".
    Salúdalo de mi parte Olguita, y dile que dejó un grato recuerdo en mi memoria. Dale Besos por mi.

    Cristal

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