martes, 23 de septiembre de 2014

ALGUIEN ME MIRA


No me lo invento. Está más cerca de lo que yo quisiera. Lo percibo en el día, en las calles por donde camino, en el vehículo que me sigue rumbo a la floristería, entre la multitud frente al semáforo. Lo escucho en la noche. En el estremecimiento de los escalones, en el murmullo de los pinos que cuelan su aroma a través de la ventana, en los ladridos de Argonauta en el jardín. El escalofrío moja el miedo y me paraliza. Lanzo al piso el albaricoque que ahora me sabe a vinagre. Trato de limpiar en las sábanas la viscosidad en mis dedos. Algo se mueve. Está dentro de la habitación. La luna es un ojo que lo busca en los rincones. Y aunque no devela nada, sé que alguien me mira.
La noticia apareció en todos los diarios: Otra víctima, salió al gimnasio y nunca llegó… ¿Cuántas van? Hasta ahora seis. Inicialmente, mis padres lo tomaron como el resultado de la violencia que azota a la ciudad, sin ruido, a pesar de que la víctima no residía lejos. Luego, cuando las desapariciones se concentraron en la urbanización donde vivimos, no pudieron evitar alarmarse:
-Hija, no es recomendable que te quedes en tu casa.
-No va a sucederme nada. Aseguro la puerta y punto.
Para qué preocuparlos. Sin embargo, no dudé en ir a la estación de policías. Nadie vive conmigo ni me acompaña en el negocio de las flores. El funcionario me atendió con amabilidad:
-Creo que un caso así no se repetirá. Quizás ande con un novio o con una amiga, y pronto sepamos de ella. 
Por desgracia, las cosas no quedaron ahí. Mes por medio, una joven no regresaba a su hogar. Mes por medio iba yo a la estación. No podía tomarlo a la ligera. Las víctimas compraban en la floristería. ¿Y si el que las desaparece cree que lo puedo delatar? El detective me ordenó:
-¡Descríbalo!
-No lo he visto bien. Sólo sé que es un hombrón.
-Como casi todos los que van al gimnasio que queda al lado de la floristería. No es mucho, pero averiguaremos.
Vi la patrulla un par de veces. Los policías preguntaron a los deportistas, a los vecinos, y desaparecieron. ¿Qué les pasa, no seguirán interrogando, cuántas víctimas faltan para que lo atrapen? Yo no podía esperar a aparecer muerta entre amapolas y azucenas. Así que comencé a ir a la estación a diario. Creo que se cansaron porque el detective que me atendió esta mañana me miró de arriba abajo:
-No tiene por qué preocuparse. ¿Acaso no ha visto las fotos de las víctimas? Nada que ver con usted.
Salí de la oficina, con la burla sobre la espalda. ¿Tenía que perder la vida para que me prestaran atención? 
Ahora está aquí. Sé que me mira, y qué cosa mira: la insignificancia que me desborda. Por supuesto que prefiere a las otras, a esas que pasan por la floristería, con los músculos bien puestos, y que reciben ramilletes de rosas de sus pretendientes. A esa que, una vez, me preguntó con sorna:
-A ti… ¿Cuántos ramos te han regalado?
Ninguno. Pero hoy tengo compañía. Oigo una voz que me dice: Enciende la luz que quiero verte. Obedezco. En el espejo estoy yo, envuelta en la madeja de las décadas. Percibo el aroma de las flores mezclado con el olor de la sangre que reposa sobre las sábanas y en  mis manos. No tengo miedo. Al fin y al cabo, es él, y no yo, quién les ha quitado la vida y enterrado a los pies del pino del jardín. Quise advertirlo, no lo entendieron. Qué importa. Me invade la paz. Él no me hará daño, no le intereso. Sólo me mira a través de mis ojos. Nadie más me ve.

Olga Cortez Barbera
Imagen: es.123rf.com

Frases Célebres Rayuela-Julio Cortázar





Son muchas las frases geniales en Rayuela. Estas son algunas:

-Después de los cuarenta años la verdadera cara la tenemos en la nuca, mirando desesperadamente para atrás.

-Cómo cansa ser todo el tiempo uno mismo.

-Y era tan natural cruzar la calle, subir los peldaños del puente, entrar en su delgada cintura y acercarme a la Maga que sonreía sin sorpresa, convencida como yo de que un encuentro casual era lo menos casual en nuestras vidas, y que la gente que se da citas precisas es la misma que necesita papel rayado para escribirse o que aprieta desde abajo el tubo de dentífrico.

-Solo en sueños, en la poesía, en el juego —encender una vela, andar con ella por el corredor— nos asomamos a veces a lo que fuimos antes de ser esto que vaya a saber si somos.

-
La melancolía de una vida demasiado corta para tantas bibliotecas. Cuando creés que has aprehendido plenamente cualquier cosa, la cosa lo mismo que un iceberg tiene un pedacito por fuera y te lo muestra, y el resto enorme está más allá de tu límite.

-Como si se pudiese elegir en el amor, como si no fuera un rayo que te parte los huesos y te deja estaqueado en la mitad del patio.

-No me parece que la luciérnaga extraiga mayor suficiencia del hecho incontrovertible de que es una de las maravillas más fenomenales de este circo, y sin embargo basta suponerle una conciencia para comprender que cada vez que se le encandila la barriguita el bicho de luz debe sentir como una cosquilla de privilegio.

-Cada vez iré sintiendo menos y recordando más.

-¡Música! Melancólico alimento para los que vivimos de amor.

-La risa ella sola ha cavado más túneles útiles que todas las lágrimas de la tierra.

-Como no sabías disimular me di cuenta en seguida de que para verte como yo quería era necesario empezar por cerrar los ojos.

-Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua.

-Hay ríos metafísicos, ella los nada como esa golondrina está nadando en el aire, girando alucinada en torno al campanario, dejándose caer para levantarse mejor con el impuso. Yo describo y defino y deseo esos ríos, ella los nada. Yo los busco, los encuentro, los miro desde el puente, ella los nada. Y no lo sabe, igualita a la golondrina. No necesita saber como yo, puede vivir en el desorden sin que ninguna conciencia de orden la retenga. Ese desorden que es un orden misterioso, esa bohemia del cuerpo y el alma que le abre de par en par las verdaderas puertas. Su vida no es desorden más que para mí, enterrado en perjuicios que desprecio y respeto al mismo tiempo. Yo, condenado a ser absuelto irremediablemente por la Maga que me juzga sin saberlo. Ah, dejame entrar, dejame ver algún día como ven tus ojos.

-¿A vos no te pasa que te despertás a veces con la exacta conciencia de que en ese momento empieza una increíble equivocación?

-Amor mío, no te quiero por vos ni por mí ni por los dos juntos, no te quiero porque la sangre me llame a quererte, te quiero porque no sos mía, porque estás del otro lado, ahí donde me invitás a saltar y no puedo dar el salto, porque en lo más profundo de la posesión no estás en mí, no te alcanzo, no paso de tu cuerpo, de tu risa.

-Porque el mundo ya no importa si uno no tiene fuerzas para seguir eligiendo algo verdadero, si uno se ordena como un cajón de la cómoda y te pone a ti de un lado, el domingo del otro, el amor de madre, el juguete nuevo, la gare de Montparnasse, el tren, la visita que hay que hacer.

-Y lo que llamamos amarnos fue quizá que yo estaba de pie, delante de vos, con una flor amarilla en la mano, y vos sostenías dos velas verdes, y el tiempo soplaba contra nuestras caras una lenta lluvia de renuncias y despedidas y tickets de metro.