sábado, 25 de junio de 2016

EN BUSCA DE MIMUSA -Jesús Reinaldo Castillo Frau

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No siento a Mimusa. Voy a buscarla. El Malecón es un hervidero de chicos nadando, de turistas tomando fotos, de enamorados desafiando el sol y las agujas de sal que encienden sus besos... Ni rastro de ella. Continúo la ruta del muro hacia la Habana Vieja. Cruzo la Avenida del Puerto. Busco la calle Obispo por donde solíamos andar en busca de alguna historia bajo sus piedras, adoquines, sobre sus balcones o de un hablador en la Catedral. Culebrillas de sudor bajan de la cabeza y se anidan en el cuello de la camisa. Se transpira por todo el cuerpo. A ratos se cuela un airecillo por las callejas y despierta el olor a café, a tabaco, a flores, a orín, a mierda… Hasta que siento la fragancia o la humedad que deja  el cruce de alguna mujer. Avanzo.  El mar se  desborda por la puerta de un restaurante, el  genio se escapa de las botellas de cerveza recién abiertas  o los diablillos del ron que me invitan a una taberna  donde un trío interpreta un bolero… Salgo.  Turistas van y vienen burlándose del calor. Quizás por la arquitectura o algún personaje que captan los flashes de sus cámaras. Las calles y aceras son tan apretadas que suelen ocurrir tropiezos entre las personas. Los de casa se tocan los bolsillos.  ¡Ay, Vieja Habana! ¡Vieja Habana! Ya voy saliendo. Es cómo cruzar a otro tiempo. Con una cerveza en la mano fui a sentarme en un banco del Parque Central frente a la estatua de José Martí. "Maestro, ¿dónde está Mimusa?", le inquirí con tanta vehemencia, que vi cómo se deshacía el mármol y el Maestro bajaba de su pedestal y se sentaba a mi lado.  Sentí una de sus manos en la mía, como uno de los miles de pajarillos que inundan el parque. En la otra, traía una rosa blanca. Me atreví a ofrecerle de mi cerveza.
—Gracias. Si fuera ginebra o un cafecillo.
— ¿Con este calor, Maestro?
—Contra el calor, calor —dijo con ese esbozo de sonrisa que se le conoce.  Mil preguntas se hicieron un remolino en mi cabeza: enigmas de su vida, no me atreví. Él lo intuyó, y dijo:
—Todo está en mis escritos. ¿Eres historiador?
—No. Escribo ficciones, cuentos.
—Un creador. Me gusta.  El historiador lo tiene todo a manos. El otro es como el herrero que forja el acero, como el artesano que convierte en milagro el barro.
—He perdido a Mimusa.
— ¿Mimusa?
—Mi inspiración.
— ¡Ah! Una entelequia.
—Sí, pero con cuerpo y alma de mujer: rubia,   la boca es una rosa abierta ofreciéndose, su andar es un escape de suspiros.  
—Pues, si es la misma recién la vi pasar. No pude evitar que mis ojos fueran tras ella hacia el Capitolio. Allí la perdí entre un grupo de  turistas. Corre, amigo…
En ese instante, el estallido de la botella contra el suelo rompió el hechizo. Y en mi mano se hizo una rosa blanca.
Jesús Reinaldo Castillo Frau
Cuba

Fotografía: es.123rf.com

3 comentarios:

  1. Hermoso cuento de nuestro amigo Jesús Cuba. Presente siempre su Malecón y su musa, cultivando una rosa blanca. ¡Bravo!

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  2. Sí, Siluz, es un cuento hermoso. Jesús y y su amor infinito a su tierra.

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  3. Sí, Siluz, es un cuento hermoso. Jesús y y su amor infinito a su tierra.

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