lunes, 16 de mayo de 2016

REFLEJO DE LUNA


Se sueña despierto y se sueña dormido… Despierto, se crean mundos a la medida de nuestros deseos. Dormido es diferente; los sueños son autónomos y, muchas veces, disparatados, aunque los estudiosos de los estados oníricos afirmen que ellos reflejan la cotidianeidad o los deseos reprimidos. La otra noche soñé que degollé a un borracho. Les puedo asegurar que no sufro de síndromes criminales. Al menos, hasta los momentos. Pero algo me sucede en los últimos tiempos: me abruman las pesadillas. En esas ocasiones, abro los ojos, tembloroso y asustado, tomo un cigarrillo y me levanto de la cama. Trato de tranquilizarme lanzando las volutas de humo a la calle desierta.
Parece un siglo transcurrido desde la época en que imaginé que mi vida sería como me la pintaba mi padre, alejada de las fronteras de la pobreza: con los estudios podrás ser lo que tú quieras porque, hijo, sólo con un título podrás esquivar los obstáculos de lo que nos tocó en suerte. La providencia hizo que me quedara sin terminar la secundaria. Como si no hubiera sido suficiente que mamá lo hiciera antes que él, papá murió y me dejó de herencia tres niños que mantener, caso del que mi consciencia no me permitía escapar, por eso de la responsabilidad de hermano mayor. A los diecisiete, me convertí en cabeza de familia. Frente al hecho inexorable de mi desgracia, un vecino del barrio se apiadó de mí. Pronto me hice su compañero de trabajo: vigilante nocturno en una fábrica textil. Era un buen tipo el viejo, algo taciturno. Yo no tenía nada en común con él. Como casi no hablábamos, las noches se hacían eternas. Entonces, decidí pasar las horas leyendo; soñaba con que, en algún momento, podría terminar mis estudios, sin sospechar que ese sueño no era más que un reflejo de luna sobre mis esperanzas.
Reducción de personal, me dijo el jefe, y no lo lamenté. Ya me había cansado de las trasnochadas. Se me presentaba la oportunidad de  conseguir un trabajo diurno, tal vez en una oficina. Nunca imaginé que resultaría tan difícil: No tienes experiencia laboral, era la excusa para no contratarme. ¡Qué cosa tan absurda! ¿Cómo podía adquirirla si nadie me daba la oportunidad? Los días pasaban y ya no podía hacer el mercado. Después de tanto caminar y recibir negativas, me sentaba en cualquier sitio para continuar revisando los clasificados: Se solicita motorizado con buena presencia y moto propia. Yo, con mi apariencia y sin moto… Recordé algunas frases que había leído o escuchado: “El mundo es de los osados” o “No hay peor intento que el que no se hace”.  Decidí intentarlo.
Me atendió el señor Iglesias, a quién le bastó mi manifiesta desesperación. Pronto andaba yo con el uniforme y la moto de la empresa, además del carnet y la carta de trabajo. Sin embargo, esto no impedía que, cada dos por tres, me parara un agente policial: ¡¿De quién es la moto, dónde conseguiste esas credenciales?! Yo me desesperaba dándole explicaciones, sin ningún resultado: Con esa cara de malandro, quién te puede creer. El señor Iglesias, al recibir la llamada telefónica, salía de inmediato a la jefatura y me rescataba, hasta que ya no pudo más y terminó por prescindir de nuestra relación laboral. Allí comenzaron mis pesadillas.
En casa no había qué comer. Mis hermanos enflaquecían escandalosamente. Yo los invitaba a jugar y ya no querían moverse. Yo trataba de animarlos invitándolos a pasear. Los más grandes se paraban con la torpeza de los muñecos a cuerda. El más pequeño gateaba casi sin poder avanzar. Lo cargaba en mis brazos. Ya en la calle, escuchaba sus voces: tengo hambre, tengo hambre… Desesperado, acudía a la bondad de los transeúntes. Con el dinero que nos daban, corría a comprar comida para mis hermanos. Luego, en cualquier parque, los acostaba en los bancos, bajo la sombra de unos árboles, tan inmóviles, que parecían estatuas.
Era una pesadilla recurrente, con algunas variables. Como cuando no recibíamos nada, ni siquiera de los vecinos, cansados de nuestra mendicidad. Una noche regresamos a casa, sin comer. Yo sentía un ardor intenso en el estómago, acompañado de unos sonidos semejantes a los de  un engranaje de metal en movimiento. Mis hermanos ya no tenían fuerza para protestar. Exasperado, los dejé en casa y corrí cerro abajo, sin saber qué hacer. Llegué a la avenida.  Una luz intermitente: Topeca, Night Club. Unas mujeres seducían a los clientes de ocasión. Más allá, un hombre caminaba agarrándose de las paredes. De pronto, cayó como un fardo. Era una oportunidad. Sin dudarlo, me acerqué y le sustraje la billetera. El hombre reaccionó tomándome por el brazo. Le di un golpe y me alejé a toda velocidad, mientras las mujeres gritaban: ¡Un ladrón! ¡Un ladrón! En la carrera, tropecé con una de ellas. Era Carmela, nuestra vecina. No soporté su mirada de reprobación.
Una pesadilla recurrente es mi vida. A mis hermanos no les falta nada. Pero yo, despierto, sufro con la opresión de no tener tranquilidad, temiendo al sonido de las sirenas de la policía, o a las luces rotativas de la patrulla del oficial, cuando aparece por el barrio para visitar a Carmela, su novia. Ella, a veces, me sorprende en la ventana; me asusta su mirada de profunda amenaza. Cada vez pide más; me  obliga a comprar su silencio. Dormido, traslado a mis sueños el temor a lo que pueda suceder en una de mis fechorías. La pesadilla se repite: La billetera en mi mano y, la del hombre, en mi brazo. El golpe certero. Luego, un reflejo de luna sobre la navaja. La sangre viscosa en mis dedos. Salto en la cama  sobresaltado, sin saber cuál de las pesadillas es peor, despierto o dormido.
Olga Cortez Barbera
Imagen: plus.google.com 

La reconocerás

De una amiga y compañera en esta pasión que es expresarse a través de las letras.


La reconocerás
 No por su aroma a cielo limpio.
Ni por su lunar detrás de la rodilla. No.
Cuando esté junto a ti,
la reconocerás por su modo de  andar.
Sereno y entregado al aire y al azar.
Será un amor extremo.
No cruzará el desierto en bicicleta.
Pero será capaz,
cuando vuelvas de hacer la compra
y hayas olvidado algo que te pidió,
de inventar otra comida en la que quepan
la disculpa y la ternura.
No te prometerá la luna. No.
Pero dejará la tibieza de las sábanas
para ir a cerrar la ventana,
porque cambió el viento y ahora,
ahora, hace frío.
No venderá todo para comprarte
el barco de alas quietas que tanto ansías,
pero cuando el amor otoñe,
pintará de brotes nuevos las rutinas.
La reconocerás.
Será un amor extremo.

Florencia Pérez Declercq

Imagen: taringa.net