martes, 8 de noviembre de 2016

UN PALACIO ESCOLTADO POR EL ESPÍRITU DE UN INDIO CHUMASH

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En algún lugar bajo el cielo,
oteando las Topatopa
y jugando con los vientos de Ojai,
se encuentra  un palacio escoltado
por el espíritu de un  indio chumash.
  
¿Para qué sirve la memoria
sino para que el alma reviva
las emociones de un viaje
más allá de nuestras fronteras?

Anidando a los pies desnudos
de unas regias montañas
hay un pueblo envidiado
por el barullo de la ciudad.
Me estoy viendo andar
entre el rumor del ensueño,
me esperan las níveas arcadas
al antiguo estilo español,
en el pasillo, las tiendas,
sea food y avant-garde art, 
en una esquina, la torre
que los astros anhelan besar,
en la plaza, una fuente…
imagino a un hippie cantar;
mis dedos, irreverentes,
le dan la convenida señal,
(ambos vamos soñando
con un mundo de amor y de paz)
Krishnamurti me ve y sonríe,
irradiando filosofía,
yo me sumerjo, entre tanto,
en la diversa sabiduría 
de unos libros, cual mariposas,
se ofrecen en libertad.

De pronto, tengo dos alas
y vuelo hacia otro lugar…
Es un hogar bendecido,
es un palacio hermoso,
cubierto por los tules del cielo
y los vientos de las montañas;
oigo la voz de los indios,
como un murmullo divino:
Topatopa, Topatopa…,
deja que baje la luna,
que te adore, como a ninguna,
y cubra de nieve tus riscos.

El palacio está tan lejano
al orbe de mis rutinas
que alguna noche de estrellas,
de insomnio y musas locas,
se me antoja que es una galeón
que cruza los valles de Ojai.
En las cuestas que le rodean
felices van las gallinas,
como naranjas con plumas,
picoteando, del suelo, la vida.
Y las naranjas parecen,
jugosas, inmensas, en flor,
globos en días de fiesta,
planetas del cielo caídos.
La brisa mece las hojas,
esmeraldas debajo del sol,
la pelota sobre la grama,
los perros sin ganas de acción.
Uno se acerca curioso,
tímido, receloso,
hasta que lame mi mano,
¡ya sabe que puede confiar!

La chimenea descansa
a la espera de la estación
para encender  su lumbrera
en vísperas de Navidad;
la chimenea nos ve,
funge como testigo
de la alegría y cariño
de familiares y amigos;
¡qué pena que no se detenga
el tiempo cuando sentimos
que un día, como aquel,
no es fácil volver a vivirlo!
Porque ha quedado tan lejos,  
detrás de un ventanal
de aquel hermoso palacio,
tan lejos de mi cielo y mi mar.
Sin embargo, me basta cerrar
los ojos, esta noche serena,
para que el corazón, subyugado,
vuelva a sentirlo muy cerca.


Olga Cortez Barbera

Imagen: The Happy Valley Foundation, Ojai

viernes, 4 de noviembre de 2016

DESPUÉS DE TODAS LAS COSAS

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Nos quedamos solos. Sucede cuando los hijos ya no están. Sobre todo, si fueron a sembrar sueños en tierras ajenas. Nos quedamos solos, pendientes del teléfono o de la tonada del Skype, recurso de comunicación que nos enseñó a manejar nuestra hija, antes de partir, y que nos da una extraña sensación de cercanía. Nosotros, con el tiempo laso que aparece con la ausencia, debíamos esperar a que ella hiciera espacio entre sus responsabilidades para contarnos cómo le iba por allá. Cuando hablábamos, transcurrían los minutos tan veloces… La vida se nos pasaba frente al televisor y estirando una jubilación cobrada a destiempo, como si fueras responsable de los baches de la economía nacional. Sin embargo, con las contrariedades domésticas, el rumor de la soledad campeando en las habitaciones, al final de la jornada, entre sábanas y costumbres y tus silencios, yo me asía a la seguridad de tus respiraciones profundas y a la esperanza de verte despertar. Pero los designios se imponen y, una mañana, al traer a la cama tu taza de café, vi que yacías como un lirio vencido. 
Se llenó de vacío mi alma; comprendí que el desierto interno puede jactarse de ofrecer mayores dimensiones. El juego de cartas, las llaves, las pantuflas gastadas reforzaban la necesidad de tenerte. El consuelo de los amigos sólo lograba reforzar mi rebeldía. Resignación y sapiencia de Dios no tenían sentido. Entonces, como el oleaje suave, se fueron acercando la calma y la sensatez. No era Dios el ejecutor, si no un ciclo de vida que terminó antes que el mío. Me dio por organizar tus cosas, revisar álbumes, escuchar nuestra música y hacer recuentos de lo que vivimos, no de los pesares y diferencias que, ¡vamos!, de muchas maneras, nos hicieron lo que fuimos. Sino de las cosas buenas, los momentos maravillosos que compartimos. El matrimonio en la playa y tu promesa a orillas del mar de estar siempre conmigo. ¿Recuerdas el primer auto, comprado a medio uso? Como dos novios, corrimos a probarlo en aquellas pendientes montañosas, con la intención de quedarnos en un hotelito;  para asombro mutuo, nos dejó a mitad de la vía. ¿Y la cuna con nuestra hija, y las noches hilando futuros? ¿Las canas y las arrugas que contamos de tiempo en tiempo? ¡Qué pronto nuestros cuerpos ya no fueron los mismos! Innumerables detalles que ataron nuestros destinos.
Ahora estoy aquí, llegando al final, convencida de la fortuna que siempre me acompañó. No sé si pasa con todos, pero hoy no me siento sola. Es vívida tu presencia, escucho cerca tu voz y percibo el olor de tu piel. Somos tú y yo, como fuimos al principio, irreverentes y utópicos; o como luego, amantes y buenos amigos, formales y responsables, maduros y comprensivos…
Se aleja el sol de la ventana. Respiro un momento de paz y de reflexión. Nunca te fuiste. Y siempre supe que, después de todas las cosas, seguiríamos juntos el mismo camino.
Olga Cortez Barbera 
Imagen: todofondos.com