lunes, 25 de marzo de 2019

VACACIONES EN ROMA






Mamá es un océano de amor y comprensión, ama a sus hijos, adora a sus nietos y bisnietos, y no le falta corazón para el resto de sus familiares y amigos. Esta alma gentil y bondadosa celebra sus ochenta y siete años en Europa. Sí, una larga existencia que la obliga a caminar lento, pero que le acelera las ansias de vivir. No se conforma con aceptar plácidamente las acometidas del tiempo, sino que, llevando sus acostumbrados jeans, va al encuentro de las redes sociales, de las noticias de actualidad, responde los mensajes de Whatsapp y revisa las publicaciones en Facebook, sin dejar a un lado la cocina y el afán por mantener su hogar limpio y armónico. Y como si fuera poco, le sobran ganas para pasear por la ciudad, viajar por el país o fuera de él, sin preocuparle el cansancio o la distancia.




Con su energía legendaria, ella, invitada por hijos y nietos, es quien más ha viajado en la familia. Así, no es extraño que un día preguntes y ande por Mérida, Puerto Ordaz, Río Chico o Achaguas; y otro, en Miami, San Francisco, Montreal, Bogotá, o empapándose con el rocío de las cataratas del Niágara o con las aguas de un río rebelde, en Costa Rica. Si sus bisnietos ya fueran grandes, posiblemente, ya hubiera meditado en La India, comido arroz al curry en Japón y atravesado la Plaza Roja de Moscú. Agradece a Dios por la familia que le ha dado y los viajes que le ha permitido, sin pensar que, sencillamente, es la respuesta a su amor desmedido. Ahora disfruta la fortuna de ver realizado su remoto sueño.   



Lejanas quedaron las horas en que su vida se concentraba en atender a papá y a criarnos, a  mis hermanos y a mí. En el transcurso, no quedaba espacio para pensar en otra cosa que no fuera su vida rutinaria. Mucho menos, en la posibilidad de conocer los lugares idílicos de los largometrajes antiguos que veía, antes de dormir, por televisión. Cuando pasaron la película, “Vacaciones en Roma”, protagonizada por Audrey Hepburn y Gregory Peck, quedó impresionada por las imágenes de los lugares emblemáticos de esa ciudad. El deseo de ir allá, algún día, se escondió detrás de la imposibilidad de alcanzarlo. Lo primordial eran la alimentación y los estudios para los niños. En consecuencia, sus sueños no pasaban los límites de vernos convertidos en hombres y mujeres de bien. Luego, con la llegada de los nietos, surgió uno nuevo: la oportunidad de verlos crecer. 




Cuando nació Cristal, la primera nieta, sintió que el alma adquiría una nueva dimensión; ahora era capaz de albergar inefables sentimientos. En tanto la madre, mi hermana, cumplía con sus compromisos laborales, mi mamá se dedicaba a cuidarla, creándose ese lazo especial que se establece entre las abuelas maternas y sus nietos. Para Cristal, según sus propias palabras, la abuela fue la roca donde pudo aferrarse en el mar de sus confusiones juveniles; el consejo oportuno entre sus indecisiones, la voz que doblegaba, con dulzura, sus noches de insomnio. En las encrucijadas existenciales, su sabia abuela era la brújula perfecta. ¿Cómo agradecerle tanto amor y esmero? El destino señalaría la ruta.




Mamá, mi hermana y yo no sabíamos qué hacer. Cristal lloraba por los rincones a causa de su primera decepción amorosa. Era la primera nieta, primera hija, primera sobrina. Sufriendo, quizás, más que ella, nosotras encontramos, cual hadas madrinas de la Bella durmiente, la varita mágica para alejarla de tan magno dolor. La llevamos a México, donde,  escalando las Pirámides de Teotihuacán, cruzando, en trajineras, el Lago de Xochimilco y contemplando el Monumento El Ángel de la Independencia, en el Paseo de La Reforma, en Ciudad de México, mi sobrina comprendió que el joven, del que se prendó, no merecía una lágrima más. Su abuela comentó: “Por lo visto, nada mejor que un viaje para aliviar las penas”.




Tal vez, recordó, entonces, el deseo que se le extravió entre las carencias y las responsabilidades de antaño. Mientras se conformaba con las referencias de otros países, en las revistas y los programas de turismo que aparecían en la televisión por cable, sus hijos seguían dándole más nietos. El espíritu gallináceo se ufanaba de verse rodeado por una familia unida. Su fortaleza se puso a prueba cuando el mayor de los varones decidió sembrar futuro en las tierras lejanas de California. Aferrada a la alquimia del amor maternal, pudo transformar el dolor que le causaba separarse del hijo amigo-confidente, de la nuera y los tres nietos, en alegría por la oportunidad de una vida mejor para ellos. Al día de hoy, otros hijos y nietos viven en otros países. Por fortuna, se la llevan a pasar tiempo con ellos.
La vida fluía y ella no de dejaba de hacer turismo por TV.
—¿Qué ves, abuelita?—, le preguntó Cristal, una tarde.
—El canal de Panamá. Siempre me ha llamado la atención.
—¿Te gustaría conocerlo?
—¡Claro! Te digo un secreto: hay dos países que me gustaría visitar. Roma, para lanzar una moneda en la Fontana di Trevi, y Panamá, por el extraordinario canal. “Soñar no cuesta nada”, ¿verdad?
—Prometo que te llevaré.
Cristal se casó y se fue a Canadá. Aquella promesa parecía que se extraviaba, como lo hizo una vez aquel sueño que emergió viendo Vacaciones en Roma. Mi sobrina, bella e inteligente, es una mujer de palabra, más cuando se trata de su amadísima, el cuenco de los más bellos recuerdos infantiles, cuando dejaba volar la imaginación en el regazo oloroso a abuelita limpia, el mismo regazo que, en la adultez, le proporcionaba serenidad. Los problemas se esfuman en su presencia. El esposo la acompañó al aeropuerto. Una vez aquí, ella y mamá tomaron un avión para ir a Panamá. Continuó pasando el tiempo; mamá seguía haciendo visitas largas en el extranjero. En la calidez de nuestra soledad, yo le hablaba de los hermosos países europeos que había conocido, lamentando no haber podido llevarla a ella conmigo.
—No te preocupes, hija, que mi nieta lo hará.




Hoy mamá está en Europa, con Cristal, la nieta mayor, y Dinora, la menor de sus hijas, las tres, vueltas niñas, admirando avenidas, edificios, catedrales y monumentos; cada una cumpliendo su sueño: mamá, lanzar una moneda en la Fontana di Trevi, como lo imaginó un día lejano, mientras preparaba a sus hijos para ir a la escuela; Dinora, subir a la Torre Eiffel y, Cristal, cumplir con el sueño de su abuela. Ya estuvieron en el Palacio Cibeles, en Madrid, en la Basílica de San Pedro, en Roma, y en el Arco de Triunfo de París, entre tantos otros sitios que permanecerán en sus memorias. Mi madre cumple años, aún vital y soñadora. Lo celebrará en París. Aún no termina el tour y ya está pensando dónde la llevará el destino próximamente. “Mientras tengas un sueño en el corazón…, tu vida tendrá sentido”…  Mamá seguirá soñando, en tanto su corazón siga latiendo.
 ¡Brindo por ella!

Olga Cortez Barbera
25/03/2019

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